jueves, 21 de mayo de 2015

Así que sí. No soy de fiar. A los únicos lugares a los que me aferro son a los huecos que las personas más importantes de mi vida dejan en mi corazón. Las personas sin las que no podría vivir. Por eso me aferro al cariño, al amor, al aprendizaje, a la fidelidad y a la lealtad que las mejores de ellas son capaces de darme. Me aferro a los vínculos, pero no establezco raíces en lugares, y a veces, lo siento.
Y es que quién sabe.
Hoy aquí y mañana, ya veremos.
Y deberías saber que lo más importante ya no es dónde, sino con quién. Y te aseguro que las personas que llevo en la mochila a mis espaldas no consiguen pesarme. De hecho, consiguen que vuele aún más alto, más lejos, y más rápido.
Es la adicción del que viaja. Del que se atreve a tener muchas primeras veces en lugares distintos. Del que se atreve a confiar en uno mismo y en sus posibilidades. Es la adicción del que se da cuenta de que solo, aunque acompañado, también se puede. Del que aprende en cada viaje, del que se atreve a desmontar sus viejas teorías y a construir las nuevas. Es el vicio del soñador, del que va en busca de nuevas historias, aventuras y personas. Es el vicio del que nunca tiene suficiente. La adicción de quien no quiere ponerle límites al mundo. La adicción de quien, sabiéndose limitado en tiempo, no quiere limitarse en espacio.

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